top of page

La estúpida historia del estúpido primer amor

  • Abner Vélez Ortiz
  • Jul 28, 2017
  • 16 min read

Pelos,

amo, valoro, aprecio y ADMIRO tu valentía tras haber hecho esto. En medio de tu ostracismo, agradezco la confianza y la vulnerabilidad que mostraste al contarme tu estúpida historia de amor. Espero responder a ello con estas líneas de la forma que esperabas y así, ayudarte a sanar un poco más. Ahora sé que todxs tenemos un 'Emilio' al que hay que liberar. ¡Te quiero infinitamente!

Ab Vélez Ortiz, julio 2017



Diría José Emilio Pacheco, "me acuerdo, no me acuerdo". He decidido no borrar de mi disco duro está historia no porque me guste torturarme o porque me enseñará algo, simplemente es una historia más de las muchas que puedo contar en la vejez a quien se atreva a preguntarme.


"¿Se puede odiar a quien se ama?", me pregunto esto todos los días. No por Emilio, sino en general; sin embargo, siempre vuelvo a él, un punto de partida inevitable en mi mente y emociones que no he podido quitarme. Y es que no entiendo cómo una persona que no conocía pudo colarse en mi mente y corazón a tal grado de desnudar mis emociones y revelar quién realmente soy detrás de este cascarón.


Solo era un muchacho... y me enamoré.


Estábamos convulsos por el terremoto de Haití. Necesitaba hacer algo, aportar mi grano de arena porque esa es mi naturaleza. Me organicé e hicimos una colecta de víveres y productos. Afortunadamente, supe de una misionera de mi iglesia que viajaría a esta nación a ofrecer ayuda, y aunque no logré contactarla, todo el apoyo se dio a través de Emilio -¿lo ven?, todo vuelve a él-, miembro de la familia de la persona que nos ayudaría a hacer llegar lo recolectado.



Este fue el pretexto por el que todo comenzó como una linda amistad. Rápidamente se ganó mi confianza y por medio de Messenger teníamos conversaciones por horas. Sentía que había encontrado un nuevo amigo. Siempre tan inocente yo.


Si no me equivoco, la primera vez que tuvimos una charla realmente larga fue aquella en la que hablamos de tanto que confirmaba las mil y un cosas que compartíamos más allá de nuestras creencias religiosas, el gusto por el color azúl, cocinar, la increíble experiencia sensorial que es acampar y la apasionante pasión -casi al extremo de pecar como un tremendo ñoño- por la lectura. Sin esperarlo, estaba de frente a un erudito (que mis amigos bien podrían tildar de tetazo) que, además de ingeniero, hablaba fluídamente cuatro idiomas y compartía esta adicción por saber más y más.


- Dame un segundo, mi ex me está llamando - me dijo mientras yo tomaba todo con la mejor calma posible. -Odio cuando me llama borracho para decirme que me extraña-, escribió al volver... pero, un momento, ¿dijo "borrachO? ¿en masculino?, me pregunté un poco impactado.

- Bueno, ella debe de extrañarte realmente. Somos unos chicos listos, ya se le pasará- contesté tratando de no darle importancia al pequeño gran detalle que posiblemente era un mero error de escritura aunque... la "a" está muy lejos de la "o" y su ortografía era casi perfecta -tanto o igual que él-.

- Nunca dije que fuera una chica. Es un tipo de mi prepa que se volvió loco después de que anduvimos un mes, ¡un mes! ¿Quién se enamora en tan poco tiempo, ah? Entonces, de pronto me llama y dice que está borracho, que me extraña, que volvamos... todo eso que suelen decir los ex y pues no, yo no quiero. Chancla que tiró no la vuelvo a levantar-. Estupefacto, así me quedé frente a la pantalla de mi computadora. No sabía qué creer de lo que estaba pasando en ese momento. Eran unas mezclas de emociones que me abrieron los ojos a una realidad que estaba negando: ¡me gustaba!, Por su forma de ser me parecía la persona más sexy del planeta, y ahora que sabía que era gay, nada impedía que pudiera dejar claras mis intensiones y...

-¡ah! ya entiendo, jejeje - contesté lo más ligero que las emociones me permitieron, -pues sí, así son algunos ex. Intensos y extremistas hasta la pared de enfrente. No me ha pasado, pero me han contado... quizá yo sea el ex intenso, a lo mejor, jajaja- dije torpemente esperando una respuesta que cambiara el tema sin dar más vueltas al asunto.

-Ya veo, aunque bueno, con lo poco que te conozco, imagino que tus chicas guapas han de ser un amor. ¿No? A ver, espera, ¿tienes novia?- me contestó mientras yo trataba de salir corriendo de mi habitación como sí él estuviera en el mismo sitio que yo.


Fui honesto -muy honesto- y como nunca antes lo había hecho con alguien más, porque hay cosas que se cuentan y 'cosas que se cuentan', así que salí del clóset y confesé mi homosexualidad. Fue liberador y muy rudo a la vez. No es que me siento muy orgulloso de serlo, pero hasta hoy, ni Dios ni yo tenemos un conflicto al respecto, y las personas a mi alrededor que lo saben, hasta el momento permanecen aquí, entonces bueno, lo acepté y tras hacerlo, la plática subió de nivel a situaciones estratosféricas que de solo recordarlo, se me suben los colores al rostro. ¿Lo ven?, Emilio siempre despierta algo, ¡ay, Emilio!


-Oye Raúl, ya hay que conocernos, ¿no? Tenemos meses hablando pero de alguna manera, la pantalla es demasiado fría. Veámonos para ir por un café o algo, ¿qué te parece?- leí mientras sentía cómo todo dentro de mi comenzaba a tener un corto circuito. Esa extraña sensación que te avisa, de alguna manera, que algo no está bien por ahí, y es que esté niño había pasado la barrera y se había convertido en un personaje destacado en mi vida. Deseaba ardientemente verlo, reflejarme en el brillo de sus ojos, escucharlo decir mi nombre y ver la belleza de sus labios pronunciarlo. Dicen que cuando nombras a alguien, lo posees; entonces, quería ser poseído.


Quería sentirme amado... sí, eso quería.


Tras reflexionarlo brevemente me limité a decir -awesome!, sería fantástico verte y charlar en vivo. Tú dirás, soy materia dispuesta -y en realidad lo era- para vernos-. Terminamos nuestra conversación bien entrada la madrugada, no pude conciliar el sueño. Mientras daba vueltas en la cama, imaginaba qué se sentiría sentir una caricia de sus manos, cómo sería su voz, a qué olería, el sabor de sus labios, cómo sería hacer... ¡basta! Se despertaban emociones en mi que no entendía.


Dios, ¿podría ser él el hombre de mi vida?


Hasta ahora lo pienso y creo que ya estaba enamorado... ¡demonios!



Pasaron un par de meses y seguimos conversado en línea. Hablábamos de todo, y de nada; y aunque éramos dos adultos que charlaban, en el fondo sentía que había algo más, algo que no podía ocultar, que me hacía volver una y otra vez a él, a ser leal, casi como un perro fiel. Ahora no estoy seguro pero, estaba dispuesto a pelear como león por él, por lo nuestro, lo que quiera que eso significara en ese momento. ¡Oh sí!, sí que lo estaba, pero nunca medité en si él estaría dispuesto a hacerlo por mi. Ni siquiera sabía si me quería como yo comencé a quererlo. ¡Estúpido error garrafal!


Finalmente, sucedió lo que más soñaba en ese momento: ¡conocerlo!


Vendría a la ciudad un fin de semana. Obviamente, cuando me lo propuso dije que sí al momento -le hubiera dicho que sí sí me hubiera pedido que nos fuéramos al sol-. Mientras se acercaba el día, podía sentir y reflejar la emoción que me daba encontrarme con él. Siempre me burlé de la gente que decía estar enamorada y de sus actitudes, no pensé que ese podría ser yo, y lo era. ¡Qué pena!, pero, ¿es penoso amar?, ¿es penoso sentir algo por alguien? Las mariposas en el estómago eran tan reales que sí hubiera vomitado posiblemente muchas hubieran salido de mi.


- Llego el viernes entrante y me desocupo a la 1:00 pm, ¿Te queda?

- ¡Claro! Salgo de clases a las 2:00 pm, ¿dónde se te acomoda que nos veamos? Podríamos ir al cine, a la Cineteca, a un museo, ¿qué te late?

- Pues verte, claro- no pude evitar sonrojarme -pero me acoplo a lo que me digas, me voy a quedar por acá y me voy temprano.

- Ok, ¿te late si nos vemos en la puerta de la Biblioteca Central de la UNAM? Si la ubicas, ¿no?- le dije, casi con el cuerpo temblando de miedo pero a la vez protegiéndo mi integridad, si no le gustaba o algo, podría salir corriendo de vuelta a la escuela con mis amigos y listo, un incidente más, así qué bueno, ¿qué podría perder?

- ¡Claro que la ubico!, es de mis lugares favoritos de la ciudad. Entonces ya cerramos el trato, pues. Nos vemos el viernes entonces. Me va a dar mucho gusto verte.

La conversación siguió por horas pero no podía concentrarme en ella pues estaba perdido en la simple idea de que por fin lo vería, por fin escucharía su voz y lo oiría decir mi nombre. Era domingo, no podía esperar a nuestra cita, y el tiempo pasó lento... muy lento.



El jueves en la noche por mensaje:

- ¡Hey, sexy!, ¿ya listo para mañana? Estoy haciendo mi pequeña maleta porque me quiero ir temprano, así no llego tarde contigo.

- Hola Emilio, sí, ya estoy listo. ¿Ya sabes qué peli quieres ver?, es lo único que no me has dicho.

- ¡Jajaja! Ni sé qué hay en cartelera ahora pero, ¿te late si mañana lo vemos ahí mismo?

- Cool, sin problemas. ¿A qué hora sales de tu casa?

- 6:30 am, seguro llego a tiempo a mi cita y hasta acabo más temprano.

- ¡Bien!, ven con cuidado. ¿Puedes enviarme mensaje cuando llegues a la ciudad y cuando estés en la Biblioteca? Digo, si quieres- le dije un tanto nervioso. ¡Qué bueno que las computadoras no transmiten emociones

- ¡Claro!, no te apures. Estamos en contacto. Por ahora me despido porque tengo unos pendientes en casa y cosas de la escuela. Descansa chaparro... te quiero.

- Gracias, también tú. Nos vemos mañana... ¡muero por verte- le dije sin contestar el "te quiero", supuse que a estas alturas ya lo sabía, y no solo eso, sé que sabía que lo deseaba.


Viernes.


¿A quién le importan las teorías físicas cuando lo único que te interesa es fundirte en un abrazo con la persona que quieres? Además, ¡es viernes! ¿qué clase de monstruoso ñoño creó el horario de clases como para que a mí me tocará la peor del semestre en viernes? Como sea, por fin llegó el día esperado.


No sé si se notaba pero estaba tan de buenas, tan emocionado, tan feliz. Y el tiempo se me fue volando. En medio de mi clase vibró mi celular, era él.

- Ya estoy en el metro, no tardo mucho.

- Estás a tiempo, tranquilo. Nos vemos en breve- le respondí apenas pude, pues mis manos temblaban de nervios.

El tiempo se hizo tan lento que se me hizo una eternidad la siguiente media hora de espera, pero finalmente llegó. En cuanto terminó la clase corrí por toda mi Facultad para llegar a tiempo, para aprovechar cada segundo junto a él, ¡no podía creerlo! Por fin lo iba a conocer. Estaba tan emocionado que al llegar a las escaleras de la biblioteca no me percate que él ya estaba ahí esperándome y, entre la prisa, sólo subí corriendo por las escaleras cuando:

- ¡Hey, sexy! - lo ignoré -¡hey, Raúl!- dijo fuerte para poder capturar mi atención y fue celestial. Casi como un sonido angelical escucharlo decir mi nombre, ¿cómo me iba a resistir a eso?. Dí media vuelta y fue un momento casi mágico, único. Bajé las escaleras con la misma prisa con las que las tomé y miré su rostro. Era tan afable, con una sonrisa bellísima y unos ojos verdes que parecían enormes esmeraldas enmarcadas por unas perfectas y gruesas cejas. Desde ese momento, mi hobby era perderme en ese par de brillantes ojos, ahí donde el mundo no avanzaba, donde nada se movía, un lugar seguro... el "efecto Emilio", un maldito (¿o bendito?) efecto que causaba en mi, que hacía callar todo a mi alrededor.


Solo puedo resumir ese día como el momento en que caí rendido a sus pies... volvería a hacerlo... ¿volvería?


Teníamos tanto que platicar y tan poco tiempo que la jornada se nos fue tan rápido y en realidad poco pudimos hacer, aunque confieso que me pareció una eternidad, y es que él era tan bello que posiblemente el fin del mundo hubiera llegado y no le hubiera dado importancia. Pero toda se acaba, y esta cita tuvo que llegar a su fin. Al despedirme de él le di un abrazo, un fuerte abrazo, quería que su aroma y el sentir de su cuerpo contra el mío se quedara impregnado para siempre. Quería fundirme con él. Quería besarlo ahí, frente a todos y a la vista de todos, ¿quién le daría importancia a dos chicos besándose?, pero me contuve. Tras separarnos, quedamos de vernos una vez más tan pronto como fuera posible... ojalá se hubiera quedado. Ojalá me hubiera llevado.


Esa noche no dormí. Supongo que él tampoco porque al filo de la medianoche me envió un mensaje de texto:

- ¡hey!, ¿estás despierto?- preguntó

- Sí, ¿por?

- Nada. Me gustó verte.

- A mi también me gustó verte. Gracias por una tarde tan chida.

- Quería besarte al despedirme. No pude. ¡Perdón!

- También quería besarte... y mucho.

- ¿Por qué no lo hiciste?

- Pensé que quizá no te gusté o algo. No sé.

- Pfff, ¡qué va! Me gustaste mucho.

- Y tú a mi. Ojalá nos podamos ver de nuevo pronto. ¿Vienes?

- Claro, nos vemos pronto. Seguimos en contacto.


Tardó un mes en regresar. Fuimos al cine y en medio de la oscuridad de la sala, como si se tratara de una travesura, nuestras manos se rozaron y comenzaron un inocente jugueteo que terminó con mi mano entrelazada a la suya. Sentir su calor me reconfortaba, me sentía apapachado, querido. Pero al encenderse las luces del cine, todo terminó. Serían nuestras creencias -bien arraigadas- o nuestra inocencia, pero nada pasó. Corrimos a nuestros caparazones como asustados. Se trataba de mi primera cita con un hombre, una cita oficial y fue hermosa. Pero siempre el tiempo era insuficiente. Él tuvo que irse y yo volví a quedarme como un costal lleno de emociones y sensaciones que no sabía traducir. Me limité a recostar mi cabeza en la almohada y a decirle a Dios que él era la persona que quería para mi vida... para el resto de mis días.



Seguimos charlando todos los días y acordamos vernos la semana siguiente. Generalmente no soy tan expresivo pero no podía ocultar lo que sentía, y entonces horneé galletas para él porque sabía que las amaba. Quería que supiera que si podría hacerle su postre favorito, sería capaz de hacer todo por él. En aquella cita fue por mi y me llevó al cine. Dentro del carro tomó mi mano y el "efecto Emilio" se activó. Me sentía en las nubes, de verdad que lo estaba. Llegamos al cine -nuestro lugar favorito- y en la oscuridad volvimos a tomar nuestras manos. Sentía esta necesidad urgente, casi de supervivencia de pegarme a él así que me recargué en su hombro y el respondió poniendo su cabeza en la mía. Nuestros rostros quedaron cerca, a tal grado que podía respirar su aliento. Nunca he vuelto a sentir esta sensación de magia e intriga de un primer beso que es inevitable. Poco a poco nos fuimos acercando hasta que se tocaron, un tacto tan suave y dulce, único, mágico, ¡explosivo! Mi primer beso y sin duda, el favorito. Era irremediable, estaba enamorado.


Sin embargo, sucedió el primer gran terremoto que fracturó mi corazón y cuya sacudida fue tan fuerte que me dejó asustado. Al salir del cine su actitud cambió de forma severa y yo no lograba entender. ¿Habría hecho algo que lo molestó? Solo fue un beso, ¿qué pasó? ¿Me olía la boca?

- Raúl, lo siento mucho. Esto es un error, esto no puede suceder y no podemos permitir que vuelva a pasar. Te quiero, eres un gran amigo y una excelente persona pero no. Esto no es corecto- me dijo cuando estábamos en el coche y cada palabra que salía de sus labios era una daga que se enterraba profundo con bastante dolor.


Y ahí estaba yo, en el asiento del copiloto, sangrando, destrozado por dentro pero firme y fuerte por fuera. No supe qué decir y me limité a asentír con la cabeza. ¿Acaso el experimentado no era él? ¿Qué lo atemorizaba de estar conmigo?, ¿de amarme? Me sentí tan vacío, tan solo. El 'efecto Emilio' me atacaba y yo solo quería ser inmune. Me tragué mi dolor y continué la cita con él hasta que llegamos con Diana y Jesús, sus mejores amigos con los que nos veríamos en la Cineteca para pasar la noche juntos. Estaba tan incómodo pero no podía huir, ganaría está batalla.


Al menos las galletas le habían gustado... ojalá se le hubiera atorado una antes de decirme lo que dijo.


Las semanas siguientes imperó el silencio. Hubiera preferido estar encerrado en una montaña antes que dejar de hablar con él. No hubo mensajes, ni llamadas, ni visitas... ¡nada! Y si ya estaban las cosas mal, todo empeoraría el día que después de semanas reapareció en Messenger:

- Hola. ¿Andas por aquí?

- ¡Sí! Hola, ¿cómo andas?... hijo de la chingada- bueno, solo le dije la primera parte.

- Bien, gracias. Oye, tenemos que hablar...

¡Qué espanto! La primera vez que sentía pánico al escuchar esa temible frase, y con justa razón. Muy serio y honesto me dijo que no podíamos continuar con esto porque estaba mal, que sí quería ser solo su amigo estaba perfecto pero hasta ahí y que no podía transgredir esa línea. No pude decir que no, con todo el dolor no pude decir que no.



Los tres meses más oscuros que he vivido hasta hoy llegaron con esa charla y empeoró cuando un amigo en común repitió la hazaña del "tenemos que hablar" y me confesó que Emilio salía con alguien más. ¡Felicidades, Raúl!, lo arruinaste.


Me dolía hablar con él. No quería saber de razones, no quería respuestas. No quería nada y, a pesar de todo, lo quería enloquecidamente a él. Y aunque nunca lo confronté, intenté marcar una distancia que me dolía pero que era necesaria. Cuando lo vi de nuevo, con el pretexto de regresarle un libro iba con toda la intensión de golpearlo tan fuerte como me fuera posible. "¿Podría arruinar su nariz perfecta?", me decía mientras iba de camino a su encuentro, pero al llegar, el maldito "efecto Emilio" me atacó y solo le entregué el libro y salí corriendo de ahí conteniendo las lágrimas y con la estúpida esperanza de que viniera tras de mi. Evidentemente era un sueño estúpido. Lo era porque no sucedió.


Un par de semanas después, su actitud cambió de la noche a la mañana. Volvió a ser el

mismo que conocí, del que me enamoré y el que sí quería conmigo. ¿Qué hice? Volví a huir. Estaba sacándolo de mi sistema y no quería que volviera a hacer algo. Que me hiciera volver caer a sus pies. Una semana bastó para lograrlo y cuando regresé, tenía esperándote un mensaje de reclamo sobre que lo había dejado solo y que me extrañaba. Supe que iría por seis meses a servir a Haití con su familia, recuerdo que miré al cielo y agradecí la oportunidad y pedí que fuera protegido. Su vulnerabilidad causó algo en mi que me impacto. Creo que estaba listo para encontrarme con él de nuevo, para comenzar de cero... y es que estaba soltero de nuevo. Taaaan inocente yo.


A su regreso, un par de meses después, ya estaba mejor. Era 'yo' de nuevo, o al menos lo mejor que podía ser. Una versión nueva de mi y me gustaba, aunque a decir verdad, dentro, muy dentro, lo extrañaba. Y aunque intenté huir de nuevo de su presencia, era inevitable hacerme el desentendido, especialmente si tenemos amigos en común que hacen fiestas y que nos invitan a los dos. En esa reunión hice todo lo que estaba en mis manos para huir de él, para evitar la plática, para evitar acercarme... pero no lo logré. Cuando nuestras miradas se cruzaron, recordé lo que era el "efecto Emilio" y caí de nuevo, sin contar que un par de galletitas mágicas me hicieran terminar la noche recostado en su regazo. Fracasé en mi intento por escapar de él.



Estúpido o no, decidí darle una oportunidad más. ¿Qué más podría perder? ¿La dignidad? Nada que no tuviera que vivir en algún momento de mi vida, o al menos eso supongo. Salimos un par de veces y cada vez era mejor que la anterior. Comenzó a darme la mano, a abrazarme, a dejarme sentir y conocerlo como una persona cariñosa. Recuerdo una vez en el aeropuerto -porque amaba los aviones- que me abrazó por atrás y me dio un beso en la mejilla y luego me miró. ¡Ah!, el "efecto Emilio", creí que podía acostumbrarme a eso el resto de mi vida. Durante esas semanas descubrí a otro Emilio, uno más humano, con temores, dudas, pasiones y más. Y yo, bueno, me desnudé ante él y me mostré como soy, tal cual.


Nuestra relación se hizo tan fuerte que me sentí con el valor de llevarlo a casa de mi familia en Cuernavaca. Todos lo amaron, lo adoptaron como si fuera parte de la familia y hasta una de mis tías ya lo quería de yerno -¡ilusa!-. Estaba tan feliz con él, con el hecho de salir a la calle, tomarle la mano, besarlo de vez en vez. No recuerdo cuando fue la última vez que me sentí así, lleno de ilusiones y sueños. ¿Y si era "el hombre de mi vida"?, no me importaba transgredir las reglas si lo hacía con él, siempre con él.


Pero todo cambió de un momento a otro. En una escapada a la ciudad, luego de ir al cine -nuestra actividad favorita, donde pude acariciarlo y sentir sus apapachos que me reconfortaban tanto- caminamos por las calles de Coyoacán y, de forma inesperada, volvió a abrazarme por detrás y me besó en público, en medio de todos y a la vista de todos. Me di la vuelta y lo abracé por el cuello mientras él me sostenía por la cintura, un beso que pareció eterno, que alimentaba mi alma, mi vida, mis sueños, mis deseos. Un beso que bien podría haberse tildado de sucio pero era lo más tierno del mundo, lo más dulce. Al separarnos, sólo sonreímos y corrimos bajo la lluvia al lugar donde se encontraría con su papá para volver a casa, donde, para mi desgracia, se desataría el terremoto que terminaría por desmoronarme, y es que esa noche que nos besamos, alguien cercano a la familia nos vio y, aunque aseguró que se trataba de una chica -¡ja!, tengo de niña lo que tengo de africano- y esto desató que nuestra siguiente cita se comportara frío, distante. Si el amor nos hace cometer locuras, ¿por qué huía de mi, de nosotros?



No sé en qué momento llegó el invierno a nuestra no-relación. No estoy seguro qué lo arruinó, ni siquiera estoy seguro de en qué momento sucedió todo. Todo el tiempo había rechazos, malas acciones y palabras, y aunque no éramos novios ni usamos una etiqueta de "en relación", de alguna manera esperaba lealtad y fidelidad, pero eso no sucedió. Por el contrario, tarde entendí que no era recíproco pues un fatídico día, uno de mis mejores amigos me envío un mensaje que a la letra decía "ando con Emilio" y él, ese cabrón al que le podía haber construido una mansión si me lo hubiera pedido, hizo lo propio con un escueto mensaje de tres palabras "ando con Víctor".


Entonces todo se fue a negros, tomé todo lo que tenía relación con nosotros, todo, llamé a mis mejores amigos y huímos lejos a emborracharnos. Lloré para sanar, para limpiarme, para perdonarme. Y en medio de la borrachera, prendí fuego a todo lo que había creado en mi mente y corazón entorno a Emilio. Me olvidé de él por un par de horas, pero sobrio y consciente, recordaba su voz, el color de su cabello, sus cejas pobladas y el bello esmeralda de sus ojos, ¡todo me recordaba a él! Fueron, sin duda, los días más oscuros de mi vida, ¡los peores -hasta ahora!-.


¿Lo superé? No sé. Es una excelente pregunta que me hago de vez en vez desde hace años. Nunca he amado a alguien tanto como a Emilio. Cada átomo, cada molécula de mi ser se desvivía por él. Dudo que vuelva a amar tanto a alguien como a él.


A veces, busco entre la gente un par de ojos como los de él. En ocasiones he visto algunos verdes y trato de encontrarme en ellos y me río pensando en un cuervo sacándole los ojos a aquel que jugó conmigo y entonces, lo imagino frente a mi y le digo "Cuéntame, ¿qué se siente jugar así con tus sentimientos y emociones? ¿Qué se siente negarte? ¿Eludirte? ¿Qué se siente tirar todo por la borda por ser un canalla cobarde?" y me mira, con estúpidos y sensuales ojos, pero no hay efectos, no hay emociones, ya no hay nada más que solo desprecio.


Y mientras tanto, sentado en esta hamaca frente al mar veracruzano, también espero que el olvido llegue y se lo lleve, junto con el mar.




¿Quieres participar en este serial de estúpidas historias de amor? Checa la info en este video:




Comments


Featured Posts
Recent Posts
Search By Tags
Follow Us
  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
  • Google Classic

PAbner Vélez Ortiz Periodista / Twitter: @AbVelez_ / © Coach Communication.  Gracias a Wix.com

bottom of page