Lo lamento tanto...
- Abner Vélez Ortiz
- Feb 10, 2018
- 3 min read
«Por este camino llegué a la desmesura. Mírame. Soy el mismo que gritaba. Rojo.»
Basada en hechos reales... y cotidianos
Siempre tuve que guardar silencio.
Callé porque siempre me dijeron que debería de mantener el status quo y que nada, absolutamente nada, podría ser distinto. Aquello que ere “diferente” no debería tener un lugar en el mundo… así me hicieron saber, así crecí, así fue mi educación y así viví hasta que me di cuenta que yo mismo era diferente. Entonces, como “anormal”, decidí callar, y ahogándome en mis palabras, me arrepiento. Sin embargo, ya no hay vuelta de hoja.

Creí que era un mito eso de que uno puede verse a sí mismo antes de morir. Y ahí estoy, tirado frente a ese horrendo espejo que mamá mandó a poner en el cubo de las escaleras para que todos los días nos viéramos en él y nos dijéramos lo fabulosos e increíbles que somos. ¡Qué estúpida, mamá!, nunca quisiste ver lo “fabuloso e increíble” que era.
Estoy tirado, ahí, con mi camisa de franela roja que tanto me gusta. Dejé el frasco de pastillas de sertralina vacío, es increíble lo bien que pueden hacerte sentir de un momento a otro, especialmente si las mezclas con un buen trago de mezcal. Papá, lamento no haber sido lo suficiente ‘hombrecito’ para tomarme uno de estos contigo, pero luego de crecer viéndote embrutecer con esto jamás me hubiera gustado convertirme en ti… o dejar al descubierto quien era.

Desde aquí, alcanzo a ver la mirada juzgadora de una araña que construyó su hogar en la esquina del espejo; la asusté cuando puse la foto de Alonso en el marco y mientras esperaba que las pastillas hicieran lo suyo me masturbé pensando en él, en sus besos y caricias, sus palabras y el dulce aroma de su piel. Podía pasar horas mirándolo a los ojos perdido en el verde esmeralda de sus ojos. Él fue, desde que éramos niños, el único amor de mi vida. Lo fue cuando me golpeaban en el salón de clases; lo fue en la secundaria cuando me invitó a bailar con él y su chica en la graduación; lo fue en la prepa cuando en medio de todos me besó por primera vez. Y lo va a ser siempre.
Aún lo fue en medio del dolor. Cuando le dije que no podía confesar en la familia nuestra relación, y lo aceptó. Y lo seguí amando cuando en el aeropuerto me pidió que me fuera con él a Canadá para empezar de nuevo y lo arruiné por última vez. Por miedo, por falta de valentía o qué se yo. Lamento no haber sido lo suficientemente valiente para decirle al mundo que también te amaba y que incluso ahora, desde aquí, daría todo por ti. Lamento no haberte amado como tú lo hiciste; lamento el secreto, y lamento el silencio.

Sé que me voy a la tumba y es probable que descubra que no habrá cielo para mi. Y aún así, lo agradezco, al menos deberé dejar de fingir ser quien no soy, de fingir que soy un ganador cuando en realidad soy un perdedor de tiempo completo. Indigno, por ser diferente. Carente de amor, por ser diferente. Humillado, por ser diferente. Despreciado, por ser diferente. Odiado, por ser diferente… todo por no seguir el status quo. Por no “tener los huevos” —¿así se dice, tío José?— para partirle la cara a quienes me persiguieron todos estos años.
Finalmente, hasta aquí llegué. Ya no hubo un atisbo de luz, de esperanza. Todo se hizo oscuridad y con ella, el silencio fue rey. Finalmente, descansaré y me iré a donde puedo ser o no ser. Ahí donde ya no tendré que aparentar. A tres metros bajo el suelo ya no tendré que rendir cuentas a nadie y mientras mis huesos se pudren lentamente, ustedes descansarán de mi y de las vergüenzas que les hice pasar.
Sí, lo lamento. Más que nada lo lamento por mi. Porque ya fue muy tarde cuando me di cuenta que lo que en realidad valía la pena era yo… pero sus opiniones fueron más fuertes y, finalmente, me destruyeron… me destruí.
Lo lamento tanto.

Escribí este texto luego de ir al recorrido de medios de la exposición "LGBT+: identidad, amor y sexualidad" (da click para leer más) que cierra con el texto que pueden ver en esta foto. La curadora dedica esta exposición a un gran amigo suyo que murió en depresión por no lograr salir del clóset. En las mismas circunstancias, dedico mi texto a un gran amigo que cuando lo logró, fue arrebatado de este mundo para siempre. A ellos —y a todos—, solo me resta decirles que son dignos, que son amados y que la decisión que tomen los hace valientes, aunque el mundo diga lo contrario.
Abner Vélez Ortiz
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