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Soy uno en un millón

  • Abner Vélez Ortiz
  • Aug 22, 2016
  • 6 min read

Sólo soy uno en un millón. Foto: Abner Vélez Ortiz

Siempre he creído que solo soy uno en un millón. Ni más especial que una persona rica (sorry, Donald), o menos que una persona pobre. Y ok, parece que no es verdad porque en efecto, no soy muy, digámoslo así, “humilde”, o como quieran decirle. Y no es por ser presumido ni mucho menos, porque la verdad no tengo nada que presumir y aquello que muestro es, en definitiva, lo que soy: un simple reportero que ama hacer lo que sabe; disfrutar lo más que puede de la vida, leer y escribir estas burradas.


Me animé a escribir este post porque este fin de semana sucedieron tres cosas curiosas que me hicieron reír y a la vez reflexionar (casual) sobre mi “aquí y ahora”; pero antes, a modo de contexto, debo reconocer que toda la semana traje la moral muy baja debido a unos comentarios que, la neta, me lastimaron y le dieron duro a mi ego. Digo, en parte soy responsable de lo que permito que entre a mi corazón y de que esa semilla germine, así que como gorda en tobogán, me dejé ir y no sólo planté la basura, le eché agüita y, ‘orgulloso’, la dejé y observé crecer. Todo en cuestión de horas.


El problema se complica aún más cuando esas palabras vienen de alguien a quien tienes en alta estima y cuya opinión valoras (¿o valoraba?) mucho.


Como sea, sucedió y me sentí como un verdadero perdedor, sumándole a esto que había tenido una semana pesada que estaba cansado y que al darse la charla, mis pensamientos estaban en otro lado. Ok, soy una persona sensible, que se harta y que a veces lo único que quiere es descansar en chones, ver TV y comer palomitas.


Desde el día siguiente y hasta ayer los “¿y si hubiera...?” me acosaban. Perdí el piso, la verdad. Inconscientemente me permití, como muchas otras veces lo he hecho, cuestionar mi identidad y mi esencia, eso que me hace ser Abner, así de simple. Si estoy haciendo las cosas correctamente, ¿en qué estoy fallando? Y si estoy fallando, ¿qué es lo que está mal? Fui a la cama estas noches con una oración en la cabeza simple “(Dios) muéstrame quién soy para ti”.


¿La vida monacal podría ser una opción? Foto: Abner Vélez Ortiz

Y así, llegamos a este fin de semana.


Por cuestiones de trabajo viaje a San Miguel de Allende, en Guanajuato, con motivo de la Fiesta de la Vendimia, un evento tradicional que se realiza en los viñedos para celebrar la producción tanto de la uva como del vino. Al estar a la espera de servirme unos pepitos (que por cierto, tardamos una hora y cuarto en lograrlo) vi una señora estadounidense, que resultó ser fotoperiodista (o algo así) tomando fotos a las carnes. Me acerqué a hacer lo propio y dijo algo así como “es ridículo (en buen sentido) la forma en que hacen esto (freír la carne)”, yo contesté como “hahaha, AOC”, y me fui a seguir en la fila.


Ya sentado sobre una paca nada cómoda, bajo el rayo de sol, con una copa de vino y una cerveza, me cubrí la cabeza con una pashmina para no quemarme (más de lo que ya estaba) y la misma señora que vi en las carnes, con su vestido color durazno, vino hasta nuestra mesa a pedirme una foto, ¡una foto! La verdad es que al principio me sentí halagado y me moría de vergüenza y pena, además de que sentía la mirada de los “paps” que estaban detrás de mi preguntándose entre ellos “¿quién es este y por qué le piden foto?”.


Total que, para no hacer el cuento largo, la señora estaba fascinada conmigo por cómo me veía. Dijo, casi literalmente, que tenía un “no sé qué” que le llamaba la atención y que mi sonrisa era espectacular. Yo seguí riendo y me dejé hacer la foto, incluso uno de mis colegas nos tomó la foto juntos y ella encantada. Cabe destacar que, cuando me dejo la barba larga, parezco un espécimen de Medio Oriente y parece que ese fue el caso. Quizá no es común ver a alguien con mis facciones con perforaciones y tattoos.


No le di importancia al caso y continué mi jornada con la mente en otro lugar… como esas sensuales copas de vino que, un par de horas después, me causaron jaqueca; y también en el increíble escenario panorámico en el que estaba y que me tenía maravillado. Finalmente, la jornada terminó y caí como tabla en la cama.


Por la mañana, después del desayuno, viajamos al centro de San Miguel, que por cierto es bellísimo. Mientras estaba en el atrio me encontré con Michael, un rabino judío que vacaciona en nuestro país y tomaba fotos. Me hizo la plática por dos cosas: mi cámara (la del trabajo) y la razón por la que no la traía con un protector para el lente (lo que quiera que eso signifique); y la segunda, mi aspecto de judío, especialmente porque traía una gorra a la que le puse una bandera de Israel.


Me comentó que en su ciudad natal (Chicago) es muy buen amigo de varias comunidades evangélicas y que él no tiene ningún problema por compartir su fe y él mismo con ellos. Sin embargo, de la conversación rescataré tres cosas que amé de escucharlo. Me dijo que el comparte en su comunidad tres valores: 1) Respeto – Te respeto; 2) Valor – Te valoro; y 3) Reconocimiento – Te reconozco. Y que siguiendo esas “reglas” él es feliz y encuentra, en sí mismo, su identidad como judío, como ciudadano y como habitante del mundo.


Me encantó escucharlo y, en efecto, tiene mucha razón. Si todos tuviéramos la identidad así de clara y siguiéramos esas reglas podríamos hacer el mundo mucho mejor. Rescato esto porque muchos saben que tengo una conexión especial con el pueblo judío y, fuera de lo religioso, representa una oportunidad de conocer a una comunidad que mantiene firme su identidad y pertenencia como pueblo de Dios y como familia.


Por último, de regreso a la CDMX tuve la fortuna de platicar con un colega de la vieja escuela, hoy toda una institución del periodismo, el mismo que ejerce por mero placer y gusto ahora (ya está retirado). Hablamos sobre mi gusto por esta profesión, el periodismo narrativo que tanto me apasiona, entre otras cosas.


De todo lo que charlamos, rescato para este post que me animó a continuar con mis locuras y a no dejar de aprender y ejercer. “Necesitamos más periodismo en México”, y lo creo. Tengo muchas ideas locas que quiero emprender y a veces no necesitamos un empuje de fuera, sino un vuelco en el corazón que nos impulse. Seguir corazonadas puede ser en muchos casos algo exitoso.


Escribo esto porque creo que al final, y sin darme cuenta, mi oración fue contestada. Con la gringa entendí que soy especial para Dios y que mi rareza, que puede ser estúpida para otros, es realmente importante para Él y la valora. En otras palabras, realmente somos un pedazo de carbón que con un poco de tratamiento tiene el potencial de ser un gran diamante, y no solo eso, tenemos que ver el oro dentro de las personas. Cada una es especial en algo y brilla a su manera.


Segundo, esa charla con el judío me habló mucho al corazón sobre la identidad. ¿En dónde tienes puesto tus ojos? Él dijo “sí Dios no existiera, ¿serías ateo, cierto?, si yo supiera que Dios no existe, no dejaría de ser judío porque eso corre por mis venas”. En donde tenemos los ojos es donde tenemos nuestra identidad, lo que somos, lo que nos hace ser, especialmente cuando dejas que eso que eres sea lo que corre por tus venas. Entonces, la valentía y el gozo corren por mis venas, ¡mi identidad está en Él!


Y finalmente, de la tercera plática, destaco siempre el ánimo de no desistir en mis locuras. De realmente tomar lo anterior y dar lo mejor de mi, de lo que tengo, para ir y partírmela para alcanzar mis sueños, propios o los del Arquitecto. De que es muy probable que, en efecto, sea un idiota, pero si creo en mi, en mis capacidades y me enfrento ante el reto, pueda no fallar y acertar… y ser así hasta hoy no me ha fallado. Pude decidir ser un político tranza, un abogado flojo o un arquitecto alcohólico, pero tengo otros sueños y otra perspectiva y no descansaré hasta alcanzar todas y cada una de las metas que me he propuesto.


Creo que hay tres tipos de personas en el mundo: los que viven para el aplauso, los que aplauden y los que viven para ambos. Soy del tercer tipo, porque he decidido recibir el aplauso de mis logros y compartirlo con quienes me han acompañado en el camino y, después de ello, empoderar a los otros a alcanzar su objetivo para así yo estar del otro lado y aplaudir.


Tenemos la capacidad de decidir qué y cómo queremos recibir lo que nos dicen, sin embargo, al final, es nuestra entera responsabilidad alimentar nuestra alma con lo que la nutre sanamente. Leía recién a alguien en Facebook “a veces es necesario predicarse el Evangelio a uno mismo”, y es verdad.

Entonces, por mo bien, cambiaré mi dieta y seguiré siendo uno en un millón, pero con los ojos puestos en lo que verdaderamente es importante.


Pitufifresas:

- 'orita no, joven.


 
 
 

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PAbner Vélez Ortiz Periodista / Twitter: @AbVelez_ / © Coach Communication.  Gracias a Wix.com

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